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La batalla de Tucumán   Hacia la batalla   La batalla de Tucumán del 24 de septiembre de 1812 es uno de los hechos más extraordinarios de la historia argentina. Tiene, para la causa de la Revolución una importancia y una trascendencia excepcionales. Es el primer acto del triunfo argentino del norte, del cual, el segundo es la batalla de Salta.
Las batallas de Tucumán y Salta son las únicas de carácter campal libradas contra los españoles en el suelo argentino.
Lo que cuenta el General José María Paz de Manuel Belgrano, en su retirada del norte, después de hacerse cargo de los restos del ejército patrio derrotado en el Desaguadero, es admirable. Se retiraba éste de Jujuy, hacia fines de agosto de 1812, en dirección a Tucumán. Comandaba un ejército de apenas 1.500 hombres, casi desorganizado y de todo desprovisto. Venía en su persecución muy cerca, el general Tristán, destacado por Goyeneche, con un ejército bien pertrechado y armado, de más de 3.000 hombres.
Avanzadas del ejército español venían hostigando peligrosamente la retaguardia del nuestro. Y a pesar de todo, según dice Paz, el general Belgrano se mantenía como siempre, sereno y valeroso y con su palabra y con su ejemplo logró que sus soldados no entren en pánico. Porque eran en circunstancias como ésas, adversas, cuando se mostraba él en su verdadera estatura moral, según Paz, "jamás desesperó de la salud de la patria, mirando con la más marcada aversión a los que opinaban tristemente" sobre ella.
En cuanto a su valor en las campañas, refiere Paz: "era siempre en el sentido de avanzar sobre el enemigo, de perseguirlo; o si era éste el que avanzaba, de hacer alto y rechazarlo". Un valor muy distinto del intrépido valor de un granadero al estilo Aráoz de Lamadrid.
Ese valor contagiado a sus tropas, impulsó a los soldados para arrancar el triunfo en la acción de Las Piedras, que el 3 de septiembre libró contra avanzadas españolas del coronel Huici. Esta acción levantó la moral de la tropa. Belgrano no tenía, como él mismo lo ha dicho, grandes conocimientos militares, pero poseía un juicio recto, una honradez a toda prueba, un patriotismo puro y desinteresado, el más exquisito amor al orden, un entusiasmo decidido por la disciplina y un valor moral que jamás se ha desmentido.