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Egipto cuenta con algunas de las más famosas tumbas antiguas, a saber, las pirámides cercanas a El Cairo y las cámaras funerarias del valle de los Reyes, cerca de Luxor. Los primeros egipcios usaban la misma palabra para “tumba” y para “casa”: per. “Así que tenían una casa en vida y una casa después de la muerte”, señala Christine El Mahdy en su libro Mummies, Myth and Magic in Ancient Egypt (Momias, mitos y magia en el antiguo Egipto). Ella expone además que, “de acuerdo con las creencias [egipcias], era necesaria la supervivencia del cuerpo para la supervivencia de los demás aspectos del ser: el ka, el ba y el akh”.
El ka era una copia espiritual del cuerpo físico. Abarcaba los anhelos, deseos y necesidades del cuerpo, y lo abandonaba tras la muerte para habitar en la tumba. Puesto que el ka necesitaría todo cuanto le hizo falta a la persona en vida, “los bienes que se colocaban en la tumba eran principalmente para satisfacer sus necesidades”, apunta El Mahdy. El ba podría compararse al carácter, o personalidad, del individuo, y se representaba como un pájaro con cabeza humana. Entraba en el cuerpo al momento del nacimiento y lo abandonaba al morir. El tercer elemento, el akh, “emergía” de la momia cuando se hacían conjuros sobre ella. El akh moraba en el mundo de los dioses.
Al dividir al ser humano en tres entidades, los egipcios fueron un paso más allá de los filósofos griegos, que lo dividían en dos: el cuerpo y el “alma” consciente. Pese a estar aún muy difundida, dicha creencia carece de fundamento en la Biblia, que declara: “Los vivos tienen conciencia de que morirán; pero en cuanto a los muertos, ellos no tienen conciencia de nada en absoluto”