El texto dramático
Como ya se ha apuntado, las obras dramáticas están escritas para ser representadas. El texto es únicamente una parte de esta expresión artística y tan solo con la representación las obras adquieren su sentido completo. La base del fenómeno teatral es el texto. En él se presenta una acción que avanza gracias al diálogo de los personajes. Por eso, la variedad del discurso predominante en este género es, precisamente, el diálogo.
El texto dramático se caracteriza por presentar los elementos de una forma condensada. El autor debe tener en cuenta el tiempo y el espacio de la representación, que no permiten la misma recreación que la narrativa, en la que a menudo se cuenta con abundantes páginas para crear el mundo de ficción. Las relaciones humanas suelen aparecer en los momentos de máximo enfrentamiento y tensión y se suele prescindir de la información que no resulta esencial.
La representación
El lector puede imaginar lo que se indica en el texto, pero cada representación es única e irrepetible. En el teatro se muestran las acciones y las voces de los personajes sin presencia de la voz del autor; son los actores los que logran que los personajes se expresen directamente, como si lo que se nos cuenta ocurriese en ese preciso instante, delante del público. Cuando se presencia una representación teatral, además de las palabras del autor, se recibe también la interpretación que el director de la obra y los actores hacen del texto.
El texto tiene en cuenta que la obra debe ser representada y, por ello, contiene acotaciones, que son indicaciones para la puesta en escena: decorados, luz, movimientos y gestos de los personajes...
La representación teatral implica que las ideas que se transmiten en las obras dramáticas se subrayen y se repitan frecuentemente. Hay que tener en cuenta que, a diferencia de otros géneros, el público no tiene la oportunidad de interrumpir la recepción y reflexionar; no puede detenerse en lo que se ha dicho anteriormente y volver a escucharlo.
ENSAYISTA:
El híbrido
Franz Kafka
Tengo un animal curioso mitad gatito, mitad cordero. Es una herencia de mi padre. En mi poder se ha desarrollado del todo; antes era más cordero que gato. Ahora es mitad y mitad. Del gato tiene la cabeza y las uñas, del cordero el tamaño y la forma; de ambos los ojos, que son huraños y chispeantes, la piel suave y ajustada al cuerpo, los movimientos a la par saltarines y furtivos. Echado al sol, en el hueco de la ventana se hace un ovillo y ronronea; en el campo corre como loco y nadie lo alcanza. Dispara de los gatos y quiere atacar a los corderos. En las noches de luna su paseo favorito es la canaleta del tejado. No sabe maullar y abomina a los ratones. Horas y horas pasa al acecho ante el gallinero, pero jamás ha cometido un asesinato.
Lo alimento a leche; es lo que le sienta mejor. A grandes tragos sorbe la leche entre sus dientes de animal de presa. Naturalmente, es un gran espectáculo para los niños. La hora de visita es los domingos por la mañana. Me siento con el animal en las rodillas y me rodean todos los niños de la vecindad.
Se plantean entonces las más extraordinarias preguntas, que no puede contestar ningún ser humano. Por qué hay un solo animal así, por qué soy yo el poseedor y no otro, si antes ha habido un animal semejante y qué sucederá después de su muerte, si no se siente solo, por qué no tiene hijos, como se llama, etcétera.
No me tomo el trabajo de contestar: me limito a exhibir mi propiedad, sin mayores explicaciones. A veces las criaturas traen gatos; una vez llegaron a traer dos corderos. Contra sus esperanzas, no se produjeron escenas de reconocimiento. Los animales se miraron con mansedumbre desde sus ojos animales, y se aceptaron mutuamente como un hecho divino.
En mis rodillas el animal ignora el temor y el impulso de perseguir. Acurrucado contra mí es como se siente mejor. Se apega a la familia que lo ha criado. Esa fidelidad no es extraordinaria: es el recto instinto de un animal, que aunque tiene en la tierra innumerables lazos políticos, no tiene un solo consanguíneo, y para quien es sagrado el apoyo que ha encontrado en nosotros.
A veces tengo que reírme cuando resuella a mi alrededor, se me enreda entre las piernas y no quiere apartarse de mí. Como si no le bastara ser gato y cordero quiere también ser perro. Una vez -eso le acontece a cualquiera- yo no veía modo de salir de dificultades económicas, ya estaba por acabar con todo. Con esa idea me hamacaba en el sillón de mi cuarto, con el animal en las rodillas; se me ocurrió bajar los ojos y vi lágrimas que goteaban en sus grandes bigotes. ¿Eran suyas o mías? ¿Tiene este gato de alma de cordero el orgullo de un hombre? No he heredado mucho de mi padre, pero vale la pena cuidar este legado.
Tiene la inquietud de los dos, la del gato y la del cordero, aunque son muy distintas. Por eso le queda chico el pellejo. A veces salta al sillón, apoya las patas delanteras contra mi hombro y me acerca el hocico al oído. Es como si me hablara, y de hecho vuelve la cabeza y me mira deferente para observar el efecto de su comunicación. Para complacerlo hago como si lo hubiera entendido y muevo la cabeza. Salta entonces al suelo y brinca alrededor.
Tal vez la cuchilla del carnicero fuera la redención para este animal, pero él es una herencia y debo negársela. Por eso deberá esperar hasta que se le acabe el aliento, aunque a veces me mira con razonables ojos humanos, que me instigan al acto razonable.